miércoles, 12 de agosto de 2015

Mar de pétalos

El reloj no avanzaba y ella ya se sentía desesperada por salir de clase. La estaban esperando.
Cuando por fin sonó, salió disparada y lo vio allí, en la puerta. Parecía todo muy normal mientras caminaban juntos, pero de pronto, él comenzó a caminar muy deprisa dejándola a ella atrás.

Ella insistía en alcanzarle, pero él andaba más deprisa aún. Al girar la calle, vio como él se metía en una floristería, así que, ella fue hasta allí y entró. Lo vio en el mostrador con un gran ramo de flores. Sí, eran para ella.

Tan ilusionada y emocionada, cogió el ramo y empezó a oler aquellas hermosas flores una a una. Salieron de la floristería retomando su paseo, unos pasos más adelante los acontecimientos dieron un giro de 180º.

Ella vio el semblante mustio de él. Con toda la inocencia del mundo, aunque sabía lo que pasaba, se armó de valor y le preguntó que era lo que le hacía sentir mal.

Él contestó lo que tantas veces había oído decir a otros chicos con los que sus ilusiones fueron destrozadas y marchitadas como aquellas flores con cada palabra que él iba pronunciando.

Se había acabado... se había acabado todo otra vez, allí, en mitad de una gran calle abarrotada de personas, se había acabado todo con un ramo de flores en sus manos...

Ella, de tal rabia que sintió, le estrelló las flores en la cara, haciendo que los pétalos de las mismas, cayeran como una lluvia de colores en el suelo formando un inmenso mar de pétalos en aquella calle transitada y llena de vida.

Corrió y corrió por la calle con la cabeza agachada, la gente la miraba como si estuviese loca. Pero no lo estaba, estaba más cuerda que nunca. Sacó fuerzas de flaqueza y recordó su frase favorita de Molière: Nadie es capaz de evitar el amor, y nadie es capaz de evitar que su amor se acabe.

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